Muchas veces he mirado este cuadro,, uno de mis preferidos ya que Velázquez me apasiona, y no
me había dado cuenta de un curioso detalle. Lo comentó Ana, guía turística, en
una de las visitas guiadas que suelo hacer por mi ciudad de la mano de la Asociación Carpetania ,
que por cierto os recomiendo encarecidamente si queréis conocer un poco más
Madrid, su historia, anécdotas curiosas, personajes importantes y mil detalles
más que a pesar de vivir aquí o haber venido de visita quizás no sabiais.
Pues eso. A lo
que iba. ¿Alguna vez os habíais fijado en lo que le ofrece una de las meninas a
la infanta Margarita de Austria? La que está a la izquierda del cuadro. En las
manos tiene un pequeño jarrito de barro rojo. Es lo que se conocía como búcaro.
Ya sabemos que
prácticamente hasta que llego Coco Chanel y puso de moda la piel bronceada, lo
que verdaderamente se consideraba el summun de la belleza era tener la piel
blanca. Pues bien, a las mujeres de la época no se les ocurrió otra cosa para
lograr tener una piel como la nieve que comer a bocados estos jarritos. Sí, habéis leído bien, se los comían a bocados. Este método se conoce con el
nombre de “opilación”.
La opilación producía una obstrucción intestinal así como de los conductos biliares, lo que
daba como resultado una gran palidez a la piel y además anulaba el ciclo
menstrual. Sin duda en muchos casos este método fue utilizado mas bien como
anticonceptivo antes que con fines estéticos, por lo que era muy criticado por
los moralistas, confesores y en definitiva eclesiásticos de la época. Parece
que el que más efecto hacia y por tanto el mas apreciado eran los búcaros
hechos con barro de Extremoz, en Portugal.
Por supuesto no podían estar en este estado fisiológico eternamente (que no quiero ni imaginar qué consecuencias tendría para la salud) por lo que llegado el momento tenían que “desopilarse”. Esto según parece se conseguía bebiendo aguas ferruginosas. En Madrid había una conocida fuente cerca del río Manzanares cuya agua tenía estas propiedades.
Lope de Vega
en su obra El acero de Madrid habla
del tema: “De no usarse la Pelada /se
opiló al momento/que es para comer el barro/cualquier ejercicio honesto. La
boca que a puras perlas/dicen que come con sartas/y por los labios colorados/los
búcaros de la Maya.
Del mismo
autor en La Dorotea :
“¿Qué traes en esta bolsilla?”-“Unos pedazos de búcaro que come mi señora, bien
los puedes comer que tienen ámbar” – “No, los gasto de Portugal”.
Una
vez conseguida una piel nívea lo importante era usar muchísimo colorete. Se lo
daban por todas partes, no sólo en las mejillas: encima de las cejas, debajo de
la nariz, manos, escote, hombros…….. En España este producto cosmético era uno
de los pocos que los moralistas de la época aprobaban. El rubor es propio de
mujeres virtuosas. Recuerda a la doncella virgen, sumisa e inexperta que
enseguida enrojece. De hecho los coloretes españoles tuvieron fama en toda
Europa por el gran desarrollo que logró aquí ese producto.
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